20 de julio de 2013

Efectos estroboscópicos

El estroboscopio es un instrumento inventado por el matemático e inventor austríaco Simon von Stampfer hacia 1829, que permite visualizar un objeto que está girando como si estuviera inmóvil o girando muy lentamente. Este principio es usado para el estudio de objetos en rotación o vibración, como las partes de máquinas y las cuerdas vibratorias

Así, cuando un objeto no puede ser visto si no es con esta iluminación destellante, cuando la frecuencia de los destellos se aproxima a la frecuencia de paso del objeto ante el observador, éste lo vera moverse lentamente, hacia adelante o hacia atrás según que la frecuencia de los destellos sea, respectivamente, inferior o superior a la de paso del objeto.


 

¿Sólo se pueden ver efectos estroboscópicos en máquinas en rotación? por supuesto que no, uno de las mas conocidos es cuando se aplica sobre un chorro de agua, como se peude observar en algunos cortes del siguiente video:


No obstante uno de los mas curiosos es el efecto que han ideado para mostrar cómo el sonido y una determinada frecuencia de grabación (que llamamos frames por segundo, o FPS) pueden ajustarse para parecer que un chorro continuo de agua se tuerce, se dobla, ¡e incluso asciende!

1 de julio de 2013

Crisis de Ciencia: El ‘café para todos’ en ciencia puede ser más eficaz que dar el dinero a los mejores

Interesante reflexión sobre el futuro de la ciencia, no sólo en nuestro país, si no en su forma de valorarse y promoverse.


Un artículo sugiere que financiar muchos proyectos de calidad media da mejores resultados que concentrar el dinero en unos pocos excelentes

Artículo de David Mediavilla - desde Materia.



“A todo el que tiene le será dado, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”, escribía el evangelista Mateo en su parábola de los talentos. Y también se encuentran frases similares en los textos bíblicos de Lucas y Marcos. Estos tres influyentes escritores son una muestra de que la idea de apostar por la excelencia no es nueva. Más recientemente, Carmen Vela, secretaria de Estado de I+D+i, transmitía en un artículo de Nature una idea similar: “Queremos apoyar solo los proyectos realmente competitivos que están dando fruto o que muestran el potencial para hacerlo a través de resultados recientes, y que aspiran a mejorar la vida diaria de nuestros ciudadanos”. Un Premio Nacional de Investigación, como Jordi Bascompte, o un Príncipe de Asturias de Investigación, como José María Bermúdez de Castro, también han arremetido contra el ‘café para todos’.
Pese a lo intutitivo y lo extendido de la idea es posible que apostar por los mejores y abandonar a los no tan buenos sea un planteamiento erróneo. Eso es lo que afirman en un reciente artículo publicado en la revista PLOS Jean-Michel Fortin y David Currie, dos investigadores de la Universidad de Ottawa. “Sugerimos que es probable que las estrategias de financiación que se enfocan en la diversidad más que en la excelencia sean más productivas”, señalan.

Para llegar a esta conclusión, los autores tomaron como referencia cuatro formas de medir el impacto científico de un trabajo: el número de artículos publicados, el numero de citas que tuvieron esos artículos, el artículo más citado y el número de artículos citados con mucha frecuencia, todo durante un periodo de cuatro años y centrándose en tres disciplinas: biología animal integradora, química orgánica e inorgánica y evolución y ecología. Después, cruzaron esa información con la cantidad de dinero que recibieron de la NSERC, una agencia que financia la investigación en Canadá.

Sus resultados muestran que los investigadores que recibieron fondos adicionales de una segunda agencia, el CIHR, no fueron más productivos de media que los que solo fueron financiados por el primer organismo. El impacto por dólar fue inferior para los que obtuvieron subvenciones grandes, algo que, indican, “es inconsistente con la hipótesis de que las ayudas mayores producirán descubrimientos más grandes”. “Además, el impacto de los investigadores que vieron su financiación incrementada no aumentaron como sería previsible”, añaden.
Lo que hay detrás de los resultados de los científicos canadienses es la dificultad para predecir de dónde llegará un gran descubrimiento o cómo dirigir la financiación para que dé unos resultados concretos. Un ejemplo claro es la guerra contra el cáncer lanzada en EEUU hace ya cuarenta años. Pese a la concentración de financiación y esfuerzos, la capacidad para mejorar la efectividad de las terapias contra la enfermedad ha sido muy limitada.

El impacto se incrementa con la financiación, y los autores calcularon que el mejor artículo del científico con mayores ayudas atraerá un 58% más de citas. Sin embargo, explican los autores, como la relación entre financiación y publicaciones de alto impacto es muy variable, si se toman al azar dos investigadores con el mismo nivel de financiación, es muy probable que uno tenga publicaciones de mucho más impacto que el otro y eso hace que con frecuencia los investigadores con una financiación menor tengan mejores resultados que los ricos.
Según los cálculos que exponen en su artículo, uno de los investigadores con más fondos recibirá, de media, un 14% menos de citas que el mejor artículo de cualquier par de investigadores tomados al azar que entre los dos sumen la misma financiación que el anterior. Además, continúan, “dos ayudas pequeñas produjeron un 20% más de artículos de elevado impacto que una ayuda grande”. Por lo tanto, concluyen, si se trata de maximizar el impacto, como predecir si una investigación llegará o no a lograr sus objetivos tiene algo de lotería, sería más eficiente repartir las ayudas entre más grupos para que existan más posibilidades de que uno de ellos consiga un gran descubrimiento.

Diversificar para salvar a los jóvenes
“Este tipo de estudios es interesante porque uno de los problemas en muchos sistemas de financiación de la ciencia es que no hay un seguimientos para ver qué tipo de política ha tenido más éxito”, afirma Peter Klatt, investigador del CSIC con experiencia de gestión en el Gobierno y el CNIO. “El enfoque de los autores, que ven los resultados de la investigación como fruto del azar, es un poco extremo, porque yo confío en que grupos que tienen un cierto nivel de producción tienden a mantenerlo, al menos hasta que el grupo se desgasta o se pierde movilidad”, apunta. “Pero es verdad que para los gestores del Plan Nacional [que financia la ciencia en España] es difícil identificar talento y tratar de maximizar el número de grupos que puedes financiar para que haya más posibilidades de tener un gran éxito es un sistema que en España ha dado buen resultado” afirma Klatt. Sin embargo, reconoce, “para el siguiente salto hacen falta cantidades de dinero mayores, porque la investigación en biomedicina, por ejemplo, se ha vuelto tan cara que si no tienes financiación no puedes competir”, añade.
Si se reduce el número de grupos que se financian, se puede dejar fuera a jóvenes con potencial

Para Klatt, que puntualiza que ninguno de los dos extremos es bueno, en una situación de escasez de fondos como la actual, es peligroso optar por concentrar la financiación en los grupos que ya tienen éxito. “Igual es verdad que hasta ahora ha habido demasiados grupos, pero si reduces mucho el número de grupos que financias, va a haber gente joven que no tiene antecedentes y no va a tener posibilidades de investigar”, asevera. “A largo plazo, si no tienes una base amplia de gente preparada que además trabaje en temas variados, no vas a poder sustituir a los consolidados dentro de cinco o diez años cuando la gente se empiece a retirar”, agrega. “Además, los mejores grupos se financian sobre todo con proyectos internacionales. Si les quitas un 5% de lo que tengan de proyectos nacionales, les dolerá, pero podrán sobrevivir, algo que no pasará con los más jóvenes”.

Alberto Corsín, investigador del CSIC y director de la comisión de Humanidades y Ciencias Sociales de la ANEP (Agencia Nacional de Evaluación y Prospectiva), afirma que “casi por defecto” siente “adhesión por el argumento central del artículo” respecto a la diversificación de la inversión en ciencia. Sin embargo, considera que la investigación “metodológicamente, hace aguas”. Por un lado “medir el impacto en cuatro años es insuficiente, porque en materias como las matemáticas el tiempo medio en que una publicación hace visible su calado son doce años, y en humanidades, aún más”, asegura.

También considera errónea la asunción de que una evaluación se basa solo en el nivel de impacto de las publicaciones que se puedan esperar de un trabajo. “Un panel no se basa ni remotamente solo en el nivel de impacto, se discuten muchos otros factores como la interdisciplinariedad, cuántos jóvenes y cuántos mayores hay en un grupo, la internacionalización o la relevancia de la propuesta”, explica. “En las ciencias sociales, por ejemplo, al hilo del 15-M y las revoluciones digitales se puede considerar que es un tema candente que sería interesante que alguien estudiase ahora”, ejemplifica.

El mayor desafío al que se enfrenta la ciencia en los próximos años es el del ‘open science’
Sobre el debate en torno a la distribución de la inversión o la apuesta por la excelencia, Corsín afirma que cada país tiene su propia historia que explica distintas decisiones. “En España la estructura social de la comunidad científica tiene una serie de herencias y vicios del pasado que hay que corregir de a poco”, apunta. “En algunas disciplinas, el control está centralizado en muy pocos grupos de investigación; es una oligarquía que hace muy difícil la entrada de jóvenes con nuevas ideas y el ‘café para todos’ ha sido una manera para intentar romper esa oligarquía”, añade. “Pero ni el café para todos ni el café para tres funciona, porque hay que analizar dónde están las capacidades en cada disciplina y las capacidades del sistema”, concluye.

Retornando al valor del artículo de los investigadores canadienses, Corsín cree que tiene un problema de enfoque. “El mayor desafío al que se enfrenta la ciencia en los próximos años es el del open science: el conocimiento abierto”, explica. “En los próximos años vamos a ver que las métricas y la forma de la valorar la ciencia va a cambiar. Los grandes grupos industriales editoriales están siendo desplazados por otras publicaciones como PLoS ONE que están diseñando nuevas formas de valorar la ciencia, nuevos sistemas de circulación de la información, nuevos protocolos de generación de confianza, credibilidad y evidencias”, afirma. “En definitiva, estos investigadores, incluso aunque no tengamos en cuenta los errores del artículo, están dando una solución a un problema antiguo. Están dando ideas a los gestores con base en un sistema que se está cayendo”, concluye.

“Hay una deriva en la política científica en Europa de dar financiación a pocos proyectos muy grandes, que se ha copiado en España, y que ha sido muy negativa”, opina Luis Santamaría, investigador del CSIC y presidente de la Asociación para el Avance de la Ciencia y la Tecnología en España. Esas políticas, han reducido, según Santamaría, “la creatividad y el impacto a base de concentrar la financiación en proyectos que tienen mucha burocracia y en los que los evaluadores pueden no ser más creativos que los que proponen los proyectos”.
Lo mejor sería buscar un umbral mínimo y a partir de ahí diversificar la inversión
Desde el punto de vista del investigador, no obstante, también habría que evitar el café para todos porque hay un número muy elevado de profesores de universidad que no hacen ningún tipo de investigación. Lo ideal sería según él buscar un umbral mínimo y a partir de ahí diversificar la inversión. En este sentido, recuerda que el artículo de PLoS menciona el límite de 25.000 euros anuales como un límite inferior para poder obtener resultados y en los últimos tiempos hay programas del Plan Nacional de I+D que pueden no alcanzar ese mínimo.
Por último, Santamaría enfatiza la necesidad de hacer este tipo de estudios, “comparados en el tiempo y entre países y regiones con distintas filosofías” para poder valorar. “En el mundo de la gestión hay una resistencia a aceptar que las políticas son también un experimento y que no se puede predecir qué va a pasar. Se toma una decisión, influenciada por la ideología y luego se adaptan los datos a esa decisión”, concluye.

Carlos Muñoz, director del Instituto de Física Teórica, un centro galardonado con el distintivo de excelencia Severo Ochoa, plantea que “quizás estos estudios sirvan para países con larga tradición científica, que una vez establecida se estén centrando en optimizar los fondos, pero creo que el caso de España no encaja ahí”. España, continúa, “ha conseguido con mucho esfuerzo un razonable nivel científico, pero le falta dar un salto de calidad, la verdad es que no solo en ciencia sino en todo”. “Le faltan centros y proyectos de excelencia, como se pone de manifiesto en todas las estadísticas que se hacen por ejemplo de universidades, y le falta saber quienes son los mejores científicos y en que áreas están situados y a partir de ahí apoyarlos”, añade.

Respecto a la conclusión del artículo afirma que “ya no es el momento del café para todos. Eso estaba bien para alcanzar un nivel razonable científico, pero para pasar a otra etapa hace falta algo más”. No obstante, puntualiza que no se debe “descuidar la otra ciencia, porque no puede haber centros o investigadores muy buenos si no hay una masa crítica de científicos que los originen”.

En áreas como la secuenciación o las altas energías, la secuenciación no funcionaría
Por su parte, Emilio Muñoz, ex presidente del CSIC y uno de los diseñadores de las políticas científicas de los primeros años de la democracia, considera que este tipo de estudios son muy necesarios, aunque cree que, en parte, los dos investigadores “han analizado los datos de manera que defienden la inversión diversificada en sus áreas, y ahí tiene pleno sentido”. Sin embargo, “en áreas como la secuenciación o las altas energías esto no funcionaría”. Sobre la forma de equilibrar el apoyo a la investigación diversa y a la excelencia, Muñoz recuerda que en los ochenta ya dividieron la financiación con dos grandes objetivos, uno el apoyo a la investigación fundamental, más amplio, y otro centrado en cumplir objetivos estratégicos.

Aunque las opiniones son muy diversas, se alcanza un cierto consenso sobre la necesidad de estudios que traten de valorar qué estrategias de financiación funcionan mejor. El elevado coste de las evaluaciones de los resultados de las investigaciones una vez que se han finalizado hace que muchas veces los encargados de realizar la política científica actúen, en buena medida, a ciegas. La falta de financiación, agravada por los últimos años de recortes, dificultará aún más el objetivo de aplicar, como dicen los investigadores canadienses, el método científico al propio trabajo de los profesionales de la ciencia.